jueves, 15 de octubre de 2009

La revolución cubana

INTRODUCCION



Habitualmente, al hablar de “revolución”, se lo entiende como un “cambio brusco”, como una modificación radical del régimen vigente.
Sin negar dichas afirmaciones, se intentará mostrar y demostrar aquí que ésta debe entenderse además como un proceso más que como un suceso particular, y que éste es un producto sin lugar a dudas multicausal, complejo, que atiende a combinaciones particulares y generales de distintos entramados sociales, que, entretejiéndose de determinada manera, logran encauzar un proceso revolucionario. Proceso que se da en un largo plazo, dentro del cual se generan condiciones necesarias para que éste sea posible, así como contradicciones del orden vigente que ya no pueden sustentarse por los medios que habituales, y en cambio sobreviene, a partir de luchas sucesivas, complejas, progresivas (no de forma lineal, sino contradictoria, con luchas contrapuestas), en un momento y contexto determinado, que sin duda condiciona el proceso, pero que, en última instancia, siempre está determinado por el entramado de relaciones que se dan al interior del mismo.

El caso de la revolución que nos atañe, la revolución cubana, no es la excepción. Por tanto intentaré mostrar aquí cómo la revolución que se concreta en los primeros días del año 1959, es producto de un largo proceso que comienza en la segunda mitad del siglo XIX, que da lugar a las primeras luchas por la independencia en 1868 y más tarde en 1895; cómo esas luchas van mostrando síntomas de resquebrajamientos en la dominación colonial, cómo éstos van a ser luego estandartes en las luchas siguientes, que, sin dejar de tener limitaciones, irán resolviendo paulatinamente, en base a una concientización de las clases oprimidas, a un logro por parte de éstas de aglutinarse y lograr la dirección precisa bajo un liderazgo adecuado y eficaz, lograrán finalmente concretar la liberación de este país más de medio siglo después.

Esto, a su vez, se lo considerará enmarcado en relaciones sociales de producción determinadas no solo en Cuba sino en Latinoamérica en general, y tomando en cuenta que las mismas corresponden también a categorías y formas propias del desarrollo del capitalismo, y, en particular, de su desarrollo a partir del último cuarto del siglo XIX, en la fase imperialista del capitalismo; también las luchas posteriores en contextos de guerras, de crisis internacional (como lo es la primera gran crisis de producción en el capitalismo en la última década del siglo XIX, o el “crack” de 1930) y la conjugación de éstos con la dinámica interna de las sociedades en general y la cubana en particular.

Se intentará demostrar particularmente el carácter progresivo, contradictorio y sucesivo de las luchas sociales (lo cual da cuenta de un análisis de fuerte carácter sociológico - sobre todo teniendo en cuenta el análisis de las clases y sus intereses y contradicciones en cada parte del proceso- además de histórico) agudizadas crecientemente, y cómo éstas van cambiando de rumbo en base a los objetivos que se proponen, a los obstáculos que encuentran, y principalmente, a lo que llamaré la “búsqueda de liderazgo” :a la dirección que van teniendo las clases que dirigen esos procesos revolucionarios, las cuales le darán un tinte particular a éstos y que tendrán fuertes trabas hasta llegar a la derrota final de las clases dominantes.



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Convendría entonces empezar caracterizando la formación económico social (FES) cubana a mediados del siglo XIX, período que se marcó anteriormente como comienzo estimativo de la lucha revolucionaria por la emancipación.

A estas alturas, Cuba era una colonia española, que, como en todos los casos, se caracteriza desde los tiempos de la conquista, por relaciones de producción predominantemente feudales, con una fuerte carga también de relaciones de producción esclavistas. Tiene, por tanto, una economía predominantemente agrícola, con un bajo desarrollo general de las fuerzas productivas. Desde el punto de vista de las clases, posee, dada su propia lógica, una clase dominante formada por una oligarquía terrateniente y exportadora (esto se debe, en buena medida, a que su propia necesidad de clase los promueve a producir para el mercado externo, sin necesidad de formar bases de acumulación interna, entre otras cosas). La tierra por tanto es la base del poder de esta clase, y esta característica, combinada con el latifundio que reina en la región, constituyen trabas muy serias tanto al desarrollo de las economías latinas como a la movilidad social, debido a la imposibilidad de las otras clases (burguesías nacionales, pequeñas burguesías, campesinos, artesanos, comerciantes, esclavos, etc) de acceder a algún tipo de poder político. Esta situación da lugar a profundas y diversas contradicciones que veremos luego, y que son casi inherentes a esta formación económico social. Sumemos a esto la escasa diversificación productiva, la escasa inversión, acumulación, la falta de mercado interno y, principalmente, el monopolio comercial español y sus políticas fiscales altamente restrictivas.

Debe tenerse en cuenta también que esta etapa se da por una parte, en un contexto de debilitamiento del dominio español en sus colonias, producto en buena parte del desgaste político y militar dado por la emancipación de varias de sus colonias (para esta época toda Sudamérica está fuera de su dominio – al menos formal), además del debilitamiento a nivel superestructural. El aparato ideológico está cada vez más resquebrajado. En el caso de Cuba, dado el grado de dependencia con la metrópoli, del bajo desarrollo de su economía y de la subordinación constante de sus clases dominantes a las de la metrópoli, impiden que éste debilitamiento se dé claramente. Pero esto no quita que las contradicciones no existan.

También es la época de la formación de las naciones y los estados en las potencias europeas, que ya han pasado o están pasando según los casos por procesos de acumulación de capital y están en vías de expansión hacia nuevos mercados, dada la consolidación de la industria que comenzó ya a fines del siglo XVIII. No es la etapa del imperialismo, que ya se analizará, pero sí hay una consolidación económica y política combinada con claras expansiones. En ejemplos particulares, es la etapa de plena expansión del imperio británico, y de la decadencia del imperio español (básicamente, debido a fuertes políticas mercantilistas que no permitieron una acumulación de capital que diera lugar a un impulso industrial de gran desarrollo, como sí lo hicieron otros países). Es interesante ver el contraste con las FES de América Latina: mientras las europeas se consolidan y desarrollan, las primeras, en base a éste desarrollo y su posterior expansión, se debilitan y se subordinan.

En el plano interno entonces, en Cuba hay una contradicción de clase entre dominadores y dominados, en un contexto de conflicto colonial, de debilitamiento.
En el plano de la influencia del contexto en el interior de esta FES, se combina cierto desarrollo en las industrias, leves innovaciones (especialmente en la región occidental de Cuba, la región más desarrollada) con el comienzo del sistema de empréstitos, transportes, etc, que acentúan la dependencia. A su vez, la decadencia colonial deja cierto margen de pensar en el cambio, se va generando un sentimiento anticolonial, que no deja posibilidad de progreso a la mayoría de la población, que no ve otra salida que la necesidad de diversificar el comercio, y de modificar las bases de éste régimen. A su vez, progresivamente, se acentúa la contradicción entre las clases dominantes locales y las de la metrópoli. Esto genera el comienzo de un intento de lucha por la formación de una nación (categoría histórica propia del capitalismo). A estas necesidades de la burguesía local, se suman la necesidad de que la tierra sea mercancía, de manera que pueda invertirse en ella a fines de desarrollar las fuerzas productivas. A su vez, se requiere incorporar campesinos para trabajarla. Esto es importante porque da lugar al problema de la esclavitud y su abolición: la necesidad de las clases dominantes locales de incorporar mano de obra libre de la cual extraer plusproducto, y generar relaciones de producción netamente capitalistas para la acumulación, es un punto clave para entender la contradicción de clases que generan las relaciones de producción feudales, trabando el desarrollo económico y social de la región, con el agravante del latifundio mencionado anteriormente. La expansión mercantil, el incremento productivo principalmente en el sector azucarero y en el café, la especialización agropecuaria para satisfacer las demandas del mercado mundial, son elementos claramente capitalistas que se entremezclan con las relaciones feudales vigentes con la cuales hay conflictos. Claramente aparece entonces la lucha entre los hacendados criollos y la clase comerciante española (lo que llamamos habitualmente burguesía intermediaria – representantes de la clase dominante de la metrópoli en las colonias) por la hegemonía estatal.

En este marco insoslayable es que se produce la llamada “Guerra de los diez años” (1868-1878) cuyos objetivos son, a priori, la independencia y la abolición de la esclavitud. Es decir, una guerra antiesclavista y anticolonial. Guerra que sin dudas adquiere un carácter burgués, debido a las necesidades que marcaba anteriormente. Son ellos por otra parte quienes la conducen. De ellos dependerá por tanto la dirección final del proceso. Intentaré mostrar las contradicciones (principalmente entre occidente y oriente) y las características y los intereses de clase que se reflejan en esta lucha.

Oriente es la región de más bajo desarrollo, con relaciones de producción feudales y semi feudales, con fuertes dominios patriarcales, con baja innovación, producción y por ende, baja explotación también. Necesitan sin embargo con mayor urgencia la desligación con el capital español, que trunca su desarrollo.
Occidente es la región de mayor desarrollo y riqueza de la isla, y de mayor ligazón con la clase dominante de la metrópoli. Aquí los hacendados tienen poder de negociación, y no tienen una contradicción extrema con la clase dominante española. Su mentalidad es más burguesa, naturalmente y por ende más conservadora. Es importante tenerlo en cuenta, porque los intereses de clase, marcan, como veremos, la postura que toman ante la posibilidad de cambio social, y por eso es pertinente analizarlo.

Ahora, desde el punto de vista de las clases:

Por una parte, los terratenientes ganaderos. Estos dependen de la industria azucarera y están ligados a los hacendados orientales, se especializan en la agricultura, pero, naturalmente, no necesitan explotar mano de obra esclava. En este sentido se ven fuertemente perjudicados por las políticas restrictivas españolas, y no tiene ningún reparo en sumarse a la lucha anti-esclavista y anticolonial. Por su lado, la pequeña burguesía, formada por pequeños manufactureros, artesanos, comerciantes, que, al igual que los ganaderos, ven obstruidas sus aspiraciones y su postura de cambio es aún más radical, ya que no tienen ningún vínculo con la clase dominante de la metrópoli; solo sufre su opresión. También es oprimida por la clase terrateniente local, la que buscaba impedir fuertemente cualquier concientización revolucionaria (no es lo mismo la expansión comercial que la abolición de las bases del régimen dominante). En cuanto a los campesinos, son la clase con mayores contradicciones tanto con la clase dominante local como con la metrópoli, precisamente porque es explotada por ambos. Depende económicamente de la clase terrateniente, lo que se ve reflejado en el pago en dinero de las tierras que arrienda. Es por ende la clase con mayor propensión al alzamiento. Los esclavos comparten con el campesino la doble explotación (local y colonial). Sin embargo no tienden a liderar los procesos revolucionarios, en parte porque en la región oriental su grado de explotación no es tan alto. Claramente entonces éstos últimos tres sectores son los que apoyan la independencia política y económica (si es que tal separación es posible).

Como se dijo anteriormente, su objetivo era poner fin al dominio español y al régimen esclavista. Su resultado no fue exitoso, dada la poca experiencia bélica y la escasa cohesión política de sus dirigentes. Es de alguna manera el prólogo de la siguiente fase revolucionaria a partir de 1890, con el liderazgo de José Martí.
Veamos sus consecuencias: cambios en la economía (fuertemente deteriorada) y en la correlación de fuerzas internas, que puede verse en el fin de la burguesía agraria criolla en Oriente, que pasa a ser una burguesía rural, que tendrá fuerte problemas de rentabilidad debido a las bajas condiciones económicas y a la destrucción de las tierras.
En el occidente cubano se ve una concentración de la producción en los hacendados azucareros; se separa la industria fabril de la agrícola. La principal consecuencia es la abolición de la esclavitud, fuerte traba al desarrollo capitalista, y por ende, da lugar a un incipiente nacimiento de una clase obrera, obviamente sin conciencia proletaria aún, debido a que no se había constituido como clase , a las diferencias étnicas y culturales y la poca continuidad que daba el trabajo en las zafras, lo cual no dejaba margen a la organización. La economía fuertemente agrícola y rural era otro obstáculo. Además, no se había eliminado la arcaica superestructura ideológica española.

A fines del siglo XIX se produce la primer crisis de superproducción capitalista, donde se produce una tendencia decreciente de la tasa de ganancia, lo que redunda en una fuerte crisis de rentabilidad. La consecuencia de esto es el proteccionismo de las potencias europeas, que coartará fuertemente las economías latinoamericanas, y el imperialismo. En este contexto se produce el “tratado de París”, donde España pierde la dominación colonial en Cuba, y pasa a manos de los Estados Unidos.

Temporalmente, ya estamos situados en el último cuarto del siglo XIX, es decir, en lo que Lenin denomina la fase superior del capitalismo: el imperialismo(1) . Esto viene a decir precisamente que es una etapa particular de este sistema. Etapa que se caracteriza por:


- la concentración del capital, que da lugar a monopolios
- la fusión del capital bancario y el capital industrial, que da lugar al capital financiero
- la exportación de capitales, que conlleva la exportación de relaciones sociales de producción
- la repartición del mundo entre las grandes potencias y monopolios





Esto marcará fuertemente la relación entre los países imperialistas, y marcará la división entre países dominantes y dependientes, de acuerdo a las categorías utilizadas por Lenin Categorías que marcan precisamente la dependencia, y no el desarrollo o sub-desarrollo, o el “primer mundo” y “tercer mundo” (como si fueran bloques de países con características similares y uniformes), categorías que no dan cuenta de la relación entre unos y otros. Por otra parte, al afirmarse el capitalismo y sus relaciones de producción pertinentes, predominan las relaciones asalariadas y la fuerza de trabajo se convierte en mercancía.

Este marco con esas características tiene consecuencias concretas: la penetración constante y creciente en los países dependientes a través de inversiones de capital, de sistemas de crédito y préstamos, el monopolio productivo a través de las empresas, la incorporación de mano de obra barata, entre otras.

Es también un momento particular de los Estados Unidos, país donde se asientan relaciones netamente capitalistas tras la guerra civil y se adelantan fuertemente en su desarrollo industrial, alcanzando al resto de las potencias europeas ya industrializadas (principalmente Inglaterra y Alemania), en base también a una fuerte expansión geográfica (fundamentalmente con las tierras conquistadas en territorio mexicano).
En el caso particular de este trabajo, interesa recalcar el fuerte crecimiento de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, que adoptan una postura llamada “de fruta madura”, basada de momento en la no intervención militar ni anexión del territorio cubano y en la dominación colonial a través de las clases dominantes locales (ubicadas en las colonias), que se subordinan a los intereses de las burguesías imperialistas (en distinto grado según cada caso; en el caso cubano, la ligazón es fuerte, lo que marca el grado de dependencia de la isla). Los rasgos del imperialismo se notan ya en la intervención norteamericana a través de regímenes arancelarios estrictos (es notable remarcar que esta fuerte traba que marcaba anteriormente sólo se quiebra definitivamente cuando entra en vigencia el imperialismo norteamericano, lo que muestra que todavía las fuerzas independentistas no lograron cohesionarse de manera tal de poder quebrarlas por sus propios medios), en la concentración de capitales y de monopolios instalados en el país, en la regulación de la producción y el comercio, exportación e importación de productos. Aparece un fuerte suministro de maquinaria para la producción azucarera, brindada por los monopolios que invierten en el sector, que marcará notablemente el monocultivo de la región en general y de Cuba en particular, traba fuerte al desarrollo y síntoma de dependencia que se agudiza en momentos de crisis, donde éstas no pueden resolverse por falta de producción y de acumulación interna (otro síntoma de dependencia muy marcado).
Estas intervenciones coartan, frenan y debilitan las fuerzas independentistas en la segunda guerra de independencia liderada por José Martí desde 1895, derrota que se suma a la anterior, con características similares, y que serán el prólogo a una larga etapa de dependencia ahora bajo dominio norteamericano, con un gobierno de carácter republicano que se mantendrá en el poder durante décadas.

Si existe un elemento más que simbólico de la relación de dominación que existe entre Cuba y Estados Unidos a partir del siglo XX y de la acentuación de la dependencia, es la Enmienda Platt, anexo de la constitución norteamericana que establece:

- que Cuba no pueda comerciar con países extranjeros (desde ya, que no sea Estados Unidos)
- que Cuba deba tener la suficiente solvencia como para poder pagar intereses y amortizaciones (esto es una estrategia de dominación que consiste en que la falta de solvencia se convierta en el derecho a la intervención norteamericana en sus colonias)
- el derecho por parte de los Estados Unidos a intervenir militarmente en Cuba, y el derecho a establecer bases navales y militares (que se conservan hasta el día de hoy en Guantánamo, por ejemplo)


Esto es, claramente, una legalización de la dominación entre un país y otro, lo que marca el gran grado de dependencia. Será, por supuesto, fuente de numerosas contradicciones sociales que estallará en un futuro, pero que, al momento de su sanción, no tenía posibilidades de ser quebrantada, dado el fuerte poder de las clases dominantes, la subordinación de las burguesías locales al dominio imperialista y a la división y falta de cohesión en aquellos sectores dispuestos al cambio.
Cuba es, a estas alturas, un país dependiente y semi-colonial, es decir, un país con una independencia política formal cuya economía es regida desde afuera. Ocurre que la dependencia económica se plasma siempre también en un plano político.
Veremos hasta qué punto esto es así.
A partir de la 1era década del siglo XX comienza para Cuba una época de fuerte subordinación al dominio neo-colonial norteamericano, el cual en base a la penetración imperialista señalada anteriormente, ejerció un control casi completo sobre la vida política, económica, cultural y educacional del pueblo cubano, dominando también los órganos mediáticos y creando un fuerte aparato superestructural de corte burgués.
Se acentúan, se desarrollan y se reproducen claramente las relaciones de producción capitalistas (a partir de la incorporación de mano de obra, las inversiones de capital en todos los sectores, principalmente en las tierras, los ingenios, los ferrocarriles y las minas; la exportación de capitales, empréstitos, etc) en condiciones de clara subordinación a los intereses norteamericanos y sus monopolios, lo que, si bien desarrolló, es cierto, las fuerzas productivas, no hizo más que consolidar y acentuar la dependencia a partir de una estructura económica basada en el monocultivo y en la monoproducción. En esto, claro está, también colaboraron las fuerzas sociales dominantes en el medio local: la oligarquía, los latifundistas, la burguesía azucarera de occidente y la burguesía importadora. Este apoyo y complicidad de las burguesías locales con las burguesías imperialistas es una constante en la FES cubana que da cuenta de las dificultades para lograr un verdadero proceso revolucionario en la isla, que solo se quebrantará 50 años más tarde.
A esto se suma también ya en los fines de la 1era década del siglo XX, la ocupación militar casi permanente, como forma de represión a cualquier intento de levantamiento por parte de las masas, y a la formación también de un aparato ideológico de corte represivo, apoyado por la burguesía local. Esta es la estructura neo-colonial de Cuba en la etapa de la República. Esta, como todas las etapas represivas, genera condiciones para la rebelión. Esta no se dará inmediatamente, pero sí generará algunas condiciones, como la creación de un proletariado que, en base a una economía ya inserta en un marco capitalista, adquiere progresivamente conciencia de clase, que comenzará a querer satisfacer demandas básicas. Es todavía una lucha débil e inmadura, pero no deja de ser una lucha. Debe tenerse en cuenta para esto el hecho de que la 1era guerra mundial contrae las relaciones de opresión y da cierto respiro a las clases locales, y por otra parte comienza a haber fuertes influencias de la revolución rusa, que comienza a expandirse por todo el globo. Esto tampoco será soslayado por los Estados Unidos, que doblegarán su opresión. Sin embargo no deja de ser una etapa de ascenso revolucionario: esta opresión genera, además de desigualdad, desempleo, pobreza y estancamiento.

Ya se analizaron las modificaciones superestructurales que se producen en este período. Sin embargo, corresponde hacer un nuevo análisis en lo estructural, es decir, en las modificaciones pertinentes debido al paso de una economía capitalista y sus relaciones de producción, lo que genera una nueva categorización de las clases sociales, que si bien tiene los aspectos generales señalados, en Cuba en particular generan una burguesía peculiar. Por un lado, la burguesía industrial azucarera, poseedora de ingenios medianos y pequeños (los grandes ingenios eran propiedad de los monopolios norteamericanos), que tendrá contradicciones con el imperialismo hacia 1930 en la época de Machado, que analizaremos a continuación. Por otra parte, la burguesía agraria, que también se divide en azucarera y no azucarera. Ésta comprende también a la oligarquía terrateniente latifundista, que a su vez tendrá fuertes contradicciones con los colonos. De otra parte, la burguesía comercial, de fuerte identificación con los intereses capitalistas. Otra clase es la burguesía urbana, formada principalmente por políticos, enriquecidos en buena parte gracias a la corrupción y al aparato burocrático en formación.
La contrapartida de estas clases, son, otra vez, el proletariado en formación (que también se dividía en un proletariado industrial y agrícola) y la clase campesina, la más antigua de Cuba que siempre presentó contradicción casi polar con las clases dominantes locales y foráneas. En este tiempo esta lucha es aun mas acentuada debido a que la penetración imperialista reconfigura las relaciones sociales, pero consolida y reproduce la estructura latifundista vigente en Cuba. Veamos entonces qué características presenta esta burguesía cubana en general y sus contradicciones.
Por un lado, debido a la penetración norteamericana en todo su espectro, la burguesía (sobre todo la no azucarera) posee un peso relativamente débil. Tampoco existía una fuerte división entre los distintos sectores burgueses (a veces pertenecían a la burguesía industrial azucarera y también a la burguesía agraria, por ejemplo). Por último, no existía todavía una línea divisoria clara entre la burguesía cubana y la burguesía imperialista, dado que, si bien existían vínculos evidentes, no había aun fuertes contradicciones entre una y otra.

A partir de 1925 y con los fenómenos señalados, comienza el gobierno de Machado, de corte fuertemente represivo en todos los niveles, que no hará más que fomentar la sublevación de las masas que, de a poco, irán perfilando su “búsqueda de liderazgo” (se radicalizan las posturas del proletariado, aparece el movimiento estudiantil en escena, el apoyo campesino siempre está vigente..), lo que se conjugará con factores externos también: principalmente el crack del ’30, lo que sucumbirá a Machado en una fuerte crisis económica por un lado y política por otro.
En cuanto a la lucha social, cabe remarcar que ésta no sigue aún una línea recta, sino que adquiere posturas contradictorias, de avance y retroceso, con posturas socialistas por un lado, reformistas por el otro, que no acaban de derrocar de momento a la clase dominante. Es un período de crisis constante y latente, pero donde todavía no se definen claramente las luchas, donde la dominación imperialista todavía es fuerte y donde la situación revolucionaria todavía no está dada. Sin embargo, la sociedad entera, a pesar de las derrotas en diferentes levantamientos, comienza a imbuirse de una conciencia proletaria y revolucionaria en todos los niveles, si bien ésta se manifiesta aún de modos divergentes. La “búsqueda de liderazgo” todavía no es ni contundente, ni tiene cohesión ni es eficaz. Pero si esta lucha es latente se debe a que la expansión capitalista en Cuba genera, por un lado, una fuerte proletarización (masiva) y una crisis socioeconómica rotunda, lo cual crea, naturalmente, condiciones propicias para la organización de las clases oprimidas. Como se detalla a continuación, la crisis genera conciencia política en las masas. Pero todavía circundan intereses burgueses no dispuestos a una transformación radical. Y es sabido que en la etapa capitalista, las revoluciones las encabeza el proletariado.
La dependencia económica se pone de manifiesto en grado máximo al caer las importaciones de productos norteamericanos, cuyos monopolios ahorcan la economía cubana con sus tarifas aduaneras, con la amenaza siempre latente de intervenciones, bloqueos o cese de comercio. Los precios del azúcar se elevan enormemente, y el monocultivo castiga fuertemente al pueblo.
En este contexto de crisis social, el gobierno de Machado intenta paliarla realizando ciertas concesiones al pueblo que no logran el efecto esperado. Termina este proceso con la radicalización de la lucha revolucionaria y especialmente con la intervención norteamericana, que intentó desde ya fraguar la lucha de las masas y asestar un golpe de estado meses después. Aquí entramos ya en el período de gobierno de Batista, en 1934. Esto generó naturalmente una ola contrarrevolucionaria, con nuevos tratados de reciprocidad con Estados Unidos acentuando la dependencia. Por otra parte, es un período que se inicia con una lucha de clases acelerada, en un contexto de avance del fascismo en Europa, y, puertas adentro, Estados Unidos intenta legalizar el orden vigente. Este primer gobierno culmina en 1940, donde comienza una lucha fuerte por la democracia en Cuba, aparece el primer gobierno supuestamente burgués nacional y comienzan las relaciones con la Unión Soviética. Desde 1940 hasta 1952 existe entonces una “democracia representativa” ( este es el nombre formal que se le da al gobierno, pero en los hechos no hace más que representar precisamente a los intereses contrarios a los que se supone que defiende).

En el año 1952, a partir del 2do gobierno de Batista, aparece un punto de inflexión en la FES cubana. Las clases dominantes ya no pueden sostener con la misma fuerza su dominio, y por ende se acentúa, se radicaliza y se perfila la lucha revolucionaria. Dicho régimen no puede resolver las crisis que se presentan, las contradicciones se vuelven cada vez más agudas, por lo tanto aparece una doble contradicción en el gobierno: no puede sostener por una parte, las demandas de las clases oprimidas (porque esto implica perjudicar intereses imperialistas) y tampoco puede satisfacer las demandas de los monopolios norteamericanos (que irán retirando progresivamente su apoyo) en base a la fuerte presión de las masas. Está atrapado entre ambos intereses. Este es un claro síntoma de agudización tanto de las luchas sociales (creando una situación verdaderamente revolucionaria) como del resquebrajamiento de la clase dominante al interior de la nación cubana. La clase trabajadora a estas alturas ya está asentada como fuerza social, cuya lucha convergerá en el derrocamiento de Batista en 1958. Las medidas represivas ya no tienen continuidad, no tienen apoyo posterior, lo cual produce un aislamiento político que amenaza progresivamente la estabilidad y la seguridad del régimen. El gobierno pierde de vista las luchas guerrilleras en el campo y la unión de otras fuerzas sociales. No se tiene en cuenta que la represión directa no es el único camino. Es decir que sus políticas no hacen más que reactivar el enfrentamiento directo y masivo, pero ya con fuerzas sociales mucho más concientizadas y acumuladas: genera un movimiento anticapitalista y antiimperialista.
No debe olvidarse que, más allá de las contradicciones con la clase dominante, este también es un proceso de agudización creciente de las contradicciones al interior de las clases oprimidas, dado que no eran aun un bloque unificado dispuesto a abolir por completo las relaciones capitalistas. Esto generó fuertes luchas entre los trabajadores sindicales y aquellos ligados a la burocracia y al estado.

Esta “acumulación de fuerzas sociales”(2) mencionada anteriormente, se plasmará concretamente en el movimiento 26 de Julio encabezado por Fidel Castro en 1953, con la toma del cuartel de Moncada. No es mi intención aquí hacer una crónica de los sucesos ocurridos hasta la revolución final en 1959, sino intentar analizar por qué este movimiento logró en tan poco tiempo lo que otras fuerzas no pudieron hacer en más de un siglo, y completar el ciclo que mencioné en el comienzo: la búsqueda de liderazgo y su eficacia a la hora de encabezar un proceso revolucionario.


En primer lugar, se debe a lo analizado anteriormente: hay una concientización fuerte y progresiva en las masas oprimidas , que van resolviendo sus contradicciones para poder finalmente unirse contra las clases dominantes. Si esto es posible, es en parte por las contradicciones mencionadas anteriormente, pero también y sobre todo porque existe una acumulación no sólo de clases sino de luchas. Son intentos sucesivos con diferentes direcciones que van, paulatinamente, auto-corrigiéndose , hasta lograr el camino indicado. La victoria final, entonces, es el corolario de muchas luchas precedentes, que fueron generando condiciones para que ésta pudiera producirse.

En segundo lugar, cabe remarcar no solo la lucha masiva, profunda y de gran rapidez (si hablamos de un proceso de un siglo, 6 años es un período realmente corto) sino con grandes saltos cualitativos en cuanto a sus medidas, como la abolición completa de la clase dominante, que se plasmará en diferentes elementos: la reforma agraria, la nacionalización de las empresas norteamericanas, la nacionalización de toda su economía, entre otras. A su vez, aparece un curso revolucionario que se extiende a todas las unidades de producción; una lucha para desmantelar el aparato militar; un crecimiento del ejército rebelde que practica la lucha armada y arma al pueblo, constituyéndose en una fuerza paralela al poder estatal (y no en colaboración con este, como en el caso de las luchas anteriores); una ruptura con las políticas colaboracionistas, anexionistas y reformistas.

En tercer y último lugar, cabe remarcar la acción de liderazgo de Fidel Castro. Este supo responder al “legado” de las luchas precedentes, y pudo dar respuesta a las necesidades de su clase, en base a una clara y eficaz organización y articulación de fuerzas, combinando la lucha política con la lucha armada, con el objetivo de abolir las relaciones sociales existentes, con una perspectiva que si bien para ese entonces no es completamente socialista (ésta recién se dará después de concretada la revolución, es decir, a la hora de profundizar y establecerla definitivamente en toda la isla), pero sí anti-imperialista, y también con la interacción de la lucha urbana masiva por un lado, combinada con el movimiento guerrillero rural por el otro, es decir, crear lazos de interdependencia, articulación de todas las fuerzas sociales y en todo el territorio.

Esto forma parte también del análisis que han hecho los propios hacedores de esta revolución (principalmente en la 1era y la 2da Declaración de La Habana).
Luego vendría la etapa de la consolidación y de la defensa de la revolución. Los Estados Unidos no harían esperar su reacción, e intentarán sin éxito pero por todos los medios quebrar y dividir a las fuerzas revolucionarias a través de su aparato mediático, con fuertes campañas de prensa combinadas con intervenciones e invasiones militares (claro ejemplo de esto es la invasión el 16 de abril de 1961 en Playa Girón, donde se produjo la primer derrota militar norteamericana en la historia del continente). Por esto eran concientes los dirigentes que la lucha debía ser constante y completa, ya que la consolidación no sería fácil. Para esto, por otra parte, había que abolir por completo todo rastro capitalista en la isla y defenderla militarmente. Por otra parte, requería crear condiciones para auto-abastecer a la nación, que había siempre dependido fuertemente de la importación de productos extranjeros. Para esto debía romper con el latifundio, lo que logró con la reforma agraria, pero esto a su vez generó la necesidad de una industrialización, dado que el mayor poder adquisitivo de toda la nación generaba una demanda que, con las condiciones existentes, era imposible satisfacer.

A partir de entonces, la revolución cubana ha generado una fuerte influencia en el resto de las naciones latinoamericanas, como bien señala Guevara(3), que vivían y viven, en condiciones similares o inferiores a las que vivía Cuba antes de la revolución, que hasta el día de hoy no fueron modificadas radicalmente.







NOTAS:



(1) Lenin, V.I: Imperialismo, Fase superior del Capitalismo; Caps.I a VI Ediciones del Libertador, 2005


(2) Petras, J ;
Clase, Estado y Poder en el Tercer Mundo, pag.221; FCE, Bs.As, 1993


(3) En
Ernesto Guevara Presente, Centros de Estudios Che Guevara, Ocean Press, 2004





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  • Che Guevara, E., Proyección social del Ejército Rebelde, Obras Completas, t. 1, Legasa, Buenos Aires, 1995, pp. 7-23
  • Castro, Fidel, La historia me absolverá, Nuestra América, Buenos Aires, 2005, pp. 36-55.
  • Silva León, A., Breve historia de la Revolución Cubana, Ciencias Sociales, La Habana, 2003, pp. 6-27 y 29-37.
  • Huberman y Sweezy, op. cit., Cuba…., cap. X.
  • Nuevo Siglo Mundo. Op. cit., La revolución…., pp. 420-428.
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  • Primera y Segunda Declaración de la Habana, Nuestra América, Buenos Aires, 2003.
  • Che Guevara, E., Cuba, ¿excepción histórica o vanguardia de la lucha contra el colonialismo?, Centro de Estudios Che Guevara, Ocean Press, La Habana, 2004.
  • Vitale, L., De Bolívar al Che, pp. 170-188.

sábado, 25 de julio de 2009

Causas de la guerra civil española: diálogo con Manuel Azaña

"(...)Las causas de la guerra y de la revolución que han asolado a España… son de dos órdenes: de política interior española, de política internacional. Ambas series se sostienen mutuamente, de suerte que faltando una, la otra no habría sido bastante para desencadenar tanta calamidad. Sin el hecho interno español del alzamiento de julio de 1936, la acción de las potencias totalitarias, que han convertido el conflicto de España en un problema internacional, no habría tenido ocasión de producirse, ni materia donde clavar la garra. Sin el auxilio previamente concertado de aquellas potencias, la rebelión y la guerra civil subsiguiente no se habrían producido(...)"



Manuel Azaña, en "Causas de la guerra de España" (Ed. Crítica, Barcelona, 1986)






¿Se pueden explicar las causas de un fenómeno tan trascendental para la historia española como la Guerra civil a partir de dos tipos de causas? Esta es la pregunta que surge a partir de las palabras de Azaña, contemporáneo del proceso en cuestión, que, visto en perspectiva, resulta naturalmente más complejo. Las palabras de Azaña dejan de lado el análisis de los conflictos de la sociedad española que no fueron resueltos desde (por lo menos) entrado el siglo XX. Resulta imprescindible realizarlo para comprender que se trata de un fenómeno multicausal, de una serie de sucesos interrelacionados, de causas estructurales que, en determinada coyuntura, llevan a un desenlace semejante.


Esta es la propuesta general de nuevas visiones historiográficas sobre la guerra civil española. Se propone entonces un análisis histórico de la España del siglo XX atendiendo a su conflictividad interna para dar cuenta del recorrido que llevó a la guerra civil, intentando revocar y ampliar en algunos casos la postura de Azaña.


El primer elemento a señalar tiene que ver con los desfases de las distintas esferas de la sociedad española que señala Tuñon de Lara(1). En efecto, se caracteriza por un marcado retraso en su proceso de modernización, de tránsito hacia una sociedad burguesa, puesto que presenta fuertes arraigos de rasgos feudales, que genera contradicciones de base y fuertes problemas en los sectores dominantes para crear una política clara, coherente y planificada para resolverlos. Es decir, se trata en principio de una crisis de hegemonía del bloque dominante burgués, que presenta crecientes dificultades para generar consenso por un lado y márgenes ideológicos de referencia por el otro.

¿Cuáles son estos desfases? Cabe señalar las dificultades para lograr un desarrollo industrial acorde al desarrollo socioeconómico y demográfico ya entrado el siglo XX. A su vez, esta dificultad convive con el fuerte arraigo de la agricultura tradicional que de ningún modo se articula a un proceso de desarrollo. La ausencia de mercado interno consolidado y la dependencia de las importaciones. En el plano político, la pervivencia del caciquismo.

Por otra parte, la falta de cohesión ideológica en los sectores dominantes, especialmente en la burguesía, constituye un factor de conflicto permanente al interior de una clase que no logra consolidarse ni articular políticas coherentes de integración social.
Acorde con esto, cabe señalar el fuerte crecimiento del movimiento obrero en las primeras tres décadas del siglo XX. Crecimiento que se explica por el contexto
internacional, el impacto de la primera guerra mundial, la influencia de la revolución rusa y especialmente, los problemas que el régimen restauracionista (1874-1923) tiene para integrar a estos sectores. La semana trágica de Barcelona y la represión a la gran huelga de 1917 dan cuenta de esto. En efecto, se manifiesta una fuerte falta de control de los aparatos del Estado (principalmente el ejército). A estos conflictos se suman el reclamo de autonomía tanto de Cataluña como del País Vasco.

En este contexto de crisis hegemónica, de alta conflictividad social con el recrudecimiento de la radicalización obrera en las post-guerra, la autonomización de los aparatos de Estado y la presión de sectores autonomistas cuyos reclamos no se atienden, el régimen resulta casi inviable para la década del ’20, instaurándose así la dictadura de Primo de Rivera en 1923. Dictadura que también fracasa en su intento de articular un órgano representativo de gobierno, aumentando la represión hacia la clase obrera y el enfrentamiento con el nacionalismo catalán. Su fracaso radica precisamente de la ruptura con las bases sociales en las cuales se apoyó para acceder al poder. Por otra parte, se le retira el apoyo dentro del propio bloque dominante, temeroso de que la oposición no solo lo derribe a él, sino también al propio régimen. El otro punto de conflicto tiene que ver con las dificultades con la monarquía para apoyar un gobierno de base dictatorial. A la coyuntura interna, se suma la crisis económica del ’29 y su salida resulta inevitable. Tras un intento posterior fallido de volver a un régimen restauracionista (lo que se llamó “el error Berenguer”), se produce una coalición socialista - republicana que llevará a la instauración de la segunda República (1931-1936).

Sin dudas este régimen, más allá de sus dificultades, constituye un progreso cualitativo en la política española. En primer lugar, por el nivel de expectativa social que generó y por otra parte, por el carácter de las reformas que pretendió y en algunos casos logró instaurar. Fue la primera vez que en España se realizó un intento serio por separar la Iglesia del Estado y por atender los problemas sociales. En un segundo plano cabe destacar el intento de descentralización del Estado, otorgando mayor lugar a las autonomías, que se manifiesta en el Estatuto de autonomía catalana, concediendo en 1932 el autogobierno a la Generalitat, sin suponer una autonomía plena.

El primer elemento está relacionado con la intención del Estado de controlar los bienes eclesiásticos, regularizar las órdenes religiosas, dejar de sostener al clero y de lograr un mayor control del aparato ideológico a través de la educación, que se pretendía laica y gratuita.
En cuanto al plano social, se realizó un intento considerable de reforma agraria y de mejorar la situación de los jornaleros. En efecto, la República por primera vez se propone trastocar de fondo las relaciones de base.

Sin embargo, la composición extremadamente heterogénea del bloque dominante (republicanos moderados, republicanos de izquierda y socialistas)(2) y la escasa cohesión interna de la burguesía no permitió, como se verá, lograr exitosamente estos objetivos.
Dentro del propio partido de gobierno no está demasiado claro el alcance que deben tener estas reformas. Por otra parte, la coyuntura económica de los años ’30 (caída de precios, de exportaciones, recesión industrial, desempleo, etc) y la falta de recursos no permite que se lleven a cabo con la rapidez necesaria.

En este sentido, se manifiestan fisuras con la clase obrera, que se suponía el eje de apoyo del régimen, a partir del descontento por la lentitud y por la ineficacia de las reformas. Aquí se vuelve a poner de manifiesto este desfase que señala Tuñón de Lara. Hay una desarticulación entre la limitada estructura político-económica de la República y el fuerte intento de cambios que intenta imponer. Como bien señala Payne(3), los problemas políticos de la década siguiente no surgieron porque España no hubiera progresado, sino precisamente por lo mucho que había progresado en poco tiempo.


En función de este descontento la clase obrera en general y especialmente la CNT plantea luchas crecientes contra el gobierno, que no logra articular jamás la articulación de estos sectores a sus planes políticos, y que, lejos de hacerlo, reprime sus reclamos. De hecho, nuevamente se observa una fuerte dificultad del Estado para controlar sus aparatos represivos. Se trata de hecho de un gobierno con proyecto reformista con una coyuntura económica desfavorable, sin cohesión interna, sin posibilidad de satisfacer las bases sociales en las que se apoya y con el agravante de la oposición de la alta burguesía, naturalmente poco predispuesta a perder las bases de su poder.
En este sentido se produce entonces un aumento de la movilización obrera que, sin ser una alternativa política viable, desestabiliza al gobierno de Azaña, que culminará en 1933.

La derecha (representada por la CEDA) no pierde el tiempo ante esta situación y, en coalición con el partido radical representado por Lerroux asume el poder, dando lugar al segundo bienio de la República. Se trata de un gobierno presidido por radicales con el apoyo parlamentario de la CEDA. Este es de hecho el principal punto de conflicto posterior: la subordinación del primero al segundo, con una radicalización creciente en la derecha que se manifiesta con el intento de anulación de las reformas del período anterior. Por otra parte, ante el peligro de mayor avance de la derecha en el gobierno, se radicaliza también la lucha obrera, temerosa de la llegada de la CEDA al gobierno.

Este avance de la CEDA con el posterior avance del movimiento obrero se manifiesta en un suceso clave de cara a la guerra civil: los conflictos de octubre del ’34 en Asturias y Cataluña, reprimidas ferozmente por las fuerzas gubernamentales. Sin dudas constituye un punto de inflexión puesto que se produce una polarización política en la sociedad española difícil de reconciliar. Quizás por esto resulta curioso en 1936 el intento de volver a un régimen republicano y moderado que ya había dado muestra de sus limitaciones. El Frente Popular logra ganar las elecciones.

Desde febrero a julio, sin embargo, se presentan niveles violencia inéditos en la sociedad española tanto en la derecha como en la izquierda. Violencia que de todos modos no dejan de ser conflictos localizados. El franquismo posteriormente justificó el golpe del ’36 alegando un peligro de revolución que en la práctica estaba muy lejos de concretarse, especialmente por las fuertes diferencias al interior de la clase obrera que jamás logró articularse. Por otra parte son pocos los grupos armados tanto en la izquierda como en la derecha. En el bloque gobernante todavía se piensa en términos de democracia burguesa.

Por lo tanto, como bien señala Payne(4), no es arriesgado afirmar que ninguno de los principales actores y fuerzas de la política española pretendió provocar deliberadamente una gran guerra civil . Se trata de hecho, lejos de lo que señala Azaña, de una suma de causalidades, de una polarización creciente en el conflicto social producido por la enorme incapacidad de la república para resolver problemas estructurales de larga duración en base a una política coherente que genere consenso.

Curiosamente, la República no solo no respondió enteramente a las necesidades de su base social de apoyo, sino que al reprimirlas generó un descontento irreconciliable ante el cual ésta buscó alternativas por fuera del gobierno, que, por otra parte, tampoco pudo detener el avance de la derecha ni lograr integrarla eficazmente(5).
En este sentido la República resultó híbrida, atrapada entre sus propias contradicciones de base sin satisfacer a ningún sector en particular.


Quizás por esto es que deba señalarse que, lejos de dos órdenes de causas, como propone Azaña, las causas del fin de la República y de la guerra civil se encuentran muy arraigadas en la conflictividad interna de la sociedad española. Por otra parte, sí podemos señalar el condicionamiento o la influencia de la coyuntura externa, pero de ningún modo resulta el factor determinante.
Es cierto que en el resto de Europa para los años ’30 los gobiernos parlamentarios fueron reemplazados por gobiernos autoritarios o totalitaristas, como los llama Azaña. Sin embargo, ninguno de estos países llegó a una guerra civil en el mismo período.
Por otra parte, resulta más difícil aún conciliar la idea de concertación entre las potencias. Si bien es aceptable (con algunas reservas) la idea de conspiración de la derecha en los meses previos a la guerra, no resulta convincente colocarla al mismo nivel que la falta o la incapacidad de los sectores dominantes para ejercer el poder.
Por otra parte, en el plano internacional también existieron otras influencias, como el comunismo, que claro está, poco tenían que ver con un avance fascista. En todo caso sí refleja el nivel de polarización ideológica y política que también se dio en España. Pero sólo allí esa polarización se plasmó en una guerra interna o civil (cabe destacar también el hecho de que ningún sector de izquierda o de derecha tenía la fuerza suficiente como para vencer a la otra).

Resulta mucho más apropiado pensar entonces en la suma de causas y de crisis sucesivas no resueltas, en la dinámica y el liderazgo político concreto de la República, de coaliciones sin programas claros ( menos aún en su ejecución), en el sectarismo político dentro del propio bloque gobernante, en la fuerte fragmentación social con una estructura fuertemente conflictiva que ni los propios líderes y creadores del régimen lograron resolver.






Notas:


(1) Tuñón de Lara, M. Orígenes lejanos y próximos en Tuñon de Lara, M. y otros. La guerra civil española. 50 años después, Barcelona. Labor. Pág 10.


(2) No es posible analizar aquí las diferentes posturas respecto al alcance de las reformas ni del grado de integración de la clase obrera que cada sector consideraba que debía existir. Sí cabe señalar que las propias disidencias internas socavan tanto su base social de apoyo como la propia estructura de la República, puesto que la coalición por momentos solo está dada en función de conservarla pero sin los medios para hacerlo, como se pondrá de manifiesto posteriormente.

(3) Payne, Stanley y Tussell, Javier.
La guerra civil. Una nueva visión del conflicto que dividió a España. Madrid, Temas de Hoy, 1996. Cap I, pág 24.

(4)Op.cit. Pp 103-104

(5)Payne considera que el acceso de la CEDA al gobierno y su aceptación hubiera permitido ‘salvar’ la República sacrificando determinadas bases democráticas. Resulta contra-fáctica su propuesta, pero sí es cierto que ni la izquierda ni la derecha lograron articularse y alternarse en el poder de manera de conservar el régimen, algo que la retórica de los republicanos se encargó siempre de resaltar sin practicarlo

martes, 14 de julio de 2009

Los procesos de radicalización de la revolución inglesa y francesa: ensayo de historia comparada

Sin dudas la revolución francesa y la inglesa constituyen un hito en la historia moderna. Se propone aquí un análisis y comparación de ambas (en su proceso de radicalización) tomando en cuenta : las características de ambos estados; los sectores involucrados , sus proyectos, contradicciones y conflictos; el impacto de elementos religiosos, sus raíces, sus características y su influencia en el conflicto socio-político ; las formas que adquirió la destrucción del viejo orden (el tipo de gobierno instaurado, las clases que los conformaron, los medios empleados, el rol de la violencia, elementos legitimadores, etc.) . De esta manera, se podrá dar cuenta del carácter de cada revolución en función también de sus resultados.

Si algo caracteriza al estado inglés en la primera mitad del siglo XVII, es la fuerte cohesión política de la monarquía en todo el reino. Como afirma Perez Zagorín, el provincialismo existía en clara subordinación a la política nacional . Como también señala Brenner, existía una fuerte cohesión entre poder central y local, sin necesidad de una alta nobleza aristocrática a base de cargos u oficios. En efecto, en Inglaterra, la clase terrateniente se integra perfectamente en el marco de una hegemonía política estatal y monárquica, donde ésta no constituye ninguna amenaza a su condición de clase . Muy por el contrario: favorece la formación de un gobierno fuerte con capacidad para controlar la economía. En este sentido el Parlamento constituye una herramienta de articulación entre ambos sectores (propietarios locales y monarquía).

El proceso de radicalización revolucionario comienza en 1640 con la instauración del Parlamento largo(1) . En este proceso cabe preguntarse y analizar porqué al interior del Estado comenzaron a suscitarse fuertes conflictos.
En primer lugar cabe señalar, como lo hace Perez Zagorín, el fuerte bagaje político del sector parlamentario , que es quien lleva a cabo la revolución. Por otra parte, utilizando el lenguaje de Morgan, se observa un proceso paulatino de cambio de ficción, donde el Parlamento (y en particular la Cámara de los Comunes) ya no puede pensarse tan sólo como súbdito del Rey.

En efecto, en función de la representatividad que tiene y de la soberanía popular que se adjudica es que tiene la capacidad de legitimar su oposición al poder real.

Para entender por qué se produce este cambio, debe preguntarse:

¿Dentro de qué marco se presenta este conflicto? ¿Qué características y alcances tiene? ¿Es expresión tan sólo de un conflicto socio-político o intervienen otros elementos?

En efecto, se produce en un contexto (desde 1620) de intento de centralización monárquica a través del aparato fiscal. El conflicto radica en el intento de la monarquía de prescindir del Parlamento como órgano de poder.

Es desde este punto donde el Parlamento no puede pretender la independencia financiera de la Corona , con lo que comienza una disputa por el poder donde el Parlamento pretende un ejercicio de la actividad legislativa pero donde ya no oficie como mera ley, sino como representante de la soberanía popular, a través del cual el Parlamento intenta y logra imponer reformas legislativas socavando el poder real y generando un nuevo poder que intentará ser soberano en representación del pueblo.

Es en este sentido entonces donde ya no puede sostenerse esa ficción de una monarquía por Derecho Divino donde todos están unificados en carácter de súbditos del Rey.

Este no es sin embargo el único punto de conflicto: si algo caracteriza a la revolución inglesa es la fuerte ingerencia de componentes religiosos. El conflicto se manifiesta en tres líneas: la anglicana calvinista, de organización episcopal vertical; la presbiteriana, que propone una organización horizontal conservando el contenido anglicano, y la congregacionista (de la que es partidario Cromwell y la Gentry) .

En este marco, sin embargo, el punto de inflexión del conflicto comienza a partir de la disputa del Parlamento del control de las fuerzas militares. En este contexto comienza la guerra civil inglesa que culminará con el derrocamiento del Rey, la abolición de la monarquía, la Cámara de los Lores y la asunción de Parlamento con el control del poder político hasta 1660 con la restauración monárquica.

Ambos bandos se presentan ya armados. El grupo parlamentario revolucionario estará compuesto principalmente por la Gentry, en alianza con la yeomantry, que a través del New Model Army, constituye el brazo armado del Parlamento, expresión del grupo político de los Levellers. (2)

Sin dudas, dicho ejército presenta caracteres absolutamente novedosos y revolucionarios: la participación voluntaria de los miembros, el compromiso ideológico, la disciplina estricta, etc. Es por otra parte, un ejército compuesto por ciudadanos. Este también presenta fuerte elementos religiosos puritanos que son la base de su postura radical. Si algo tiene de revolucionario es que lleva los principios religiosos a pluralidad de esferas: el Estado, la sociedad y los individuos.
Esta radicalización solo se entiende en un contexto de revisión de estructuras políticas y religiosas y de fuerte temor al desorden social. Por esto es que Walzer sostiene que este puritanismo fue producto del desorden(3) y que operó como un agente de transformación en un contexto que ya es de transformación.


En el caso francés, el Estado presenta otras características. Si bien es un Estado centralizado, su control en el territorio a nivel local está basado en alianzas con las oligarquías locales en función de la extracción al campesinado, en la creación de cargos y oficios, ejerciendo de forma privada las potestades públicas al servicio del poder real.
Dicha alianza forjada desde mediados del siglo XVI con la formación del Estado absolutista perdura hasta fines del Antiguo Régimen, hasta la revolución francesa.

¿A través de qué contradicciones y conflictos se produce su caída?
En primer lugar, la creación por parte del poder real de una “nueva nobleza” genera fuerte conflictos intra-nobiliarios así como una complejización del aparato burocrático, dando lugar a fuertes luchas al interior de la élite dominante.

Luchas que dan lugar tanto a una presión de sectores burgueses en ascenso(4) (a través de estos lazos de movilización social que la monarquía propone) como entre la propia nobleza. El principal síntoma que denotan estos conflictos es la creciente falta de cohesión política del Estado y de la monarquía, que si bien comienza un proceso de modernización, no logra resolver eficazmente los límites del propio régimen que llegó a construir y consolidar.
En efecto, este Estado absolutista, por lo visto, no logra encontrar una legitimidad que unifique a la clase dominante.
Por otra parte, presenta elementos modernizadores (la unificación relativa del mercado interno, cierta racionalidad productiva en el contexto de una burguesía basada en relaciones mercantiles, control y abolición de comunidades locales basadas en protecciones señoriales; urbanización; cierto descenso en las guerras externas, etc.) pero sobre una base que no trastoca de ningún modo las bases tradicionales de la sociedad del Antiguo Régimen: consolida como nunca un régimen basado en la desigualdad sin posibilidad de unificar políticas que generen integración social y consenso.

Como bien afirma Furet, este régimen es demasiado arcaico para todo lo que posee de moderno, y demasiado moderno para lo que conserva de arcaico. (5)

Es en este marco que hay que entender entonces en el largo plazo un proceso de resquebrajamiento del viejo orden y en este largo plazo es donde debe entenderse también el ascenso burgués mencionado anteriormente, es decir, como un actor social central en un contexto amplio, o si se quiere, pensarlo de una manera más abierta

No es de extrañar entonces la emergencia de variados reclamos por parte de la sociedad francesa en las últimas décadas del siglo XVIII. Reclamos y descontentos que se manifiestan en múltiples aspectos: por un lado, es de destacar la producción literaria (en un contexto de fuerte efervescencia de la opinión pública) con fuertes contenidos anti-monárquicos, que, si bien no corresponde analizar aquí hasta qué punto estas tuvieron relevancia concreta, sí da cuenta de la percepción social que sobre el régimen se tenía.

Cabe destacar entonces la penetración de ciertas ideas novedosas, basadas en una idea de soberanía mucho más desarrollada que en tiempos de la revolución inglesa, donde ya el elemento primordial se basa en la Razón, algo bastante más cercano a la política liberal burguesa que se consolidará tras la revolución.

¿Qué manifestación política concreta tienen estas nuevas ideas?

Por un lado, una creciente disconformidad del campesinado (manifestada especialmente en los Cuadernos) con el excesivo régimen de exacción fiscal del Estado, que para este sector es doble: la imposición real y los tributos señoriales.

Sin embargo es a partir de la convocatoria a los Estados Generales donde se observan nuevos puntos de debate a nivel social. Por una parte, la noción de representación, es decir, la idea del pueblo francés basado en un todo, en una unidad. Por otra parte, el intento de abolición de lo que Rosanvallon denomina cuerpos intermedios . Claramente se manifiesta aquí la necesidad de romper con un régimen basado en la desigualdad social y jurídica, que en dichas condiciones también es económica.

La imposibilidad de que los intereses sociales converjan en una fuerza política unificada generó sin duda dificultades para poder consolidarlas. De modo que la resistencia de los detentadores del poder tradicional tampoco se hizo esperar. Sin embargo, nuevamente la vieja ficción del orden tradicional resultaba difícil de sostener.

Sin dudas ya a partir de 1789 se denota una radicalización del proceso, con el avance sobre la Bastilla, la efervescencia de sectores rurales y urbanos, la exigencia concreta de eliminar privilegios que el viejo poder no deja de dilatar.
Un punto de inflexión constituye sin dudas la huída del Rey en 1791.
Aquí la situación resulta prácticamente de no retorno.

Pero sin dudas la mayor radicalización del proceso se presenta durante el gobierno jacobino, particularmente por el marcado nivel de violencia que éste manifestó y por el cambio del contenido en el programa revolucionario: hasta entonces, cuesta pensar en una alianza de clases en contra del Antiguo Régimen. En efecto, la movilización popular está hasta entonces desligada de los líderes revolucionarios. A partir de 1792, la aparición de otros sectores como los Sans-culottes, modifican profundamente el panorama político, a través de la alianza entre éstos y los jacobinos.

Por otra parte, es de destacar el rol de la violencia como elemento legitimador del grupo revolucionario. A tal punto que, como señala Furet, constituye una ideología que se autonomiza de la realidad política misma , lo cual contradice de alguna manera el origen social del proceso revolucionario.

Por último, cabe resaltar el tipo de violencia que se manifiesta. En primer lugar, con un fuerte carácter desacralizador, con manifestaciones concretas de destrucción física y simbólica de elementos sagrados. Pero principalmente, como elemento principal, cabe destacar el contenido sacrificial de la violencia, tal como sostiene Goldhammer . Es interesante aquí la paradoja de que elementos de fuerte carácter religioso se utilicen en función de una desacralización. Es decir, expresiones de violencia que, como sostiene dicho autor, cuando se vieron sometidas a la interpretación revolucionaria(…)reforzaron la convicción de que formas particulares de violencia podían servir con amplitud al objetivo de fundar una república.


Habiendo analizado ambos procesos, proceso a compararlos en función de sus características y sus resultados.

Está claro que ambas son revoluciones, pero ¿de qué tipo?

En el caso de la revolución inglesa, cuesta pensarla como una revolución burguesa. De hecho, como bien señala Brenner, no existe una división tan clara en la clase dominante, se trata de una diferencia de grado, constituye entonces una autotransformación de la clase dominante terrateniente en función de una explotación social nueva basada en la renta ya capitalista luego de los cercamientos que responde a las necesidades de esta clase. Por otra parte, no es una clase que apunte a la abolición del Estado o un cambio radical de su estructura, sino una modificación que responda a sus intereses en el marco de un cambio en las relaciones de explotación social. En función de esto es que el Estado constituye un garante que no sólo no se transforma sino que defiende la reproducción de esta clase capitalista legitimando la propiedad a través del mantenimiento, entre otros elementos, de la postura religiosa.

En el caso francés sí cabe pensar en una revolución burguesa, pero tal como sostiene Furet, no enfocada en la propia radicalización del proceso revolucionario, sino en el largo plazo, donde sí se observa un proceso de resquebrajamiento del orden tradicional y un ascenso (contradictorio, con dificultades) de la burguesía. Por otra parte, aquí sí se produce una abolición del viejo orden y el ascenso de una nueva clase dominante al poder.

¿Qué clases encabezan el proceso revolucionario en cada caso y qué diferencias tienen?
¿Cuál es el alcance social que tiene la alianza de clases en cada proceso?

En el caso inglés, la alianza se produce entre la Gentry y la yeomantry manifiestamente. Las diferencias internas luego producen que los sectores que amenazan el programa revolucionario del bloque dominante provoca que los primeros sean desplazados.
En Francia quizás esto es un punto de similitud, puesto que la alianza jacobina también desplazó a los Sans-cullottes. Ambas también cooptan a otros grupos en función de legitimar y fortalecer un programa político.

¿Cuál es la relevancia del elemento religioso en ambos procesos cuál es su dinámica? ¿Qué resultados tiene?

En el caso inglés, está claro que la religión tiñe completamente la práctica política. Tanto dentro del Estado como al interior del propio grupo revolucionario: todos los programas tienen base en fundamentos religiosos.
En el caso francés sin duda esto no ocurre. No es que no exista, pero el discurso político nunca está fundado en elementos religiosos, más bien están relacionados con nuevas ideas asociadas a un orden racional. Sin duda, la diferencia temporal entre una revolución y otra incide fuertemente en esto.
Por otra parte, en el caso inglés, amén de las diferencias entre distintas órdenes, nunca se pone en duda la religión como principio fundante del orden político y social. En el caso francés sí, y las fuertes manifestaciones de desacralización mencionadas son prueba de esto. Es decir que en ambos existe la presencia religiosa, pero en un caso ésta es casi el lenguaje del discurso revolucionario y en la otra el discurso revolucionario avanza, entre otras cosas, hacia su destrucción.

Desde lo constitucional incluso es notoria la diferencia: en el caso inglés la revolución termina conformando una monarquía mixta. A tal punto es vital el componente religioso que aún después de haber decapitado al rey se produce la restauración 20 años más tarde. En Francia, por el contrario, lo que se consagra es una República.

Es interesante marcar también la legitimación que ambos sectores utilizaron con una marca religiosa.

El New Model Army, con fuerte contenido puritano, basó su lucha en una guerra justa, con un espíritu de cruzada, legitimando su posición.

En el caso de los jacobinos, la violencia revolucionaria estuvo justificada por fuertes elementos sacrificiales.

Sin embargo, está claro que, independientemente de los elementos que hayan legitimado la acción que condujo a la creación del nuevo orden que intentaban y lograron imponer, ambos se fundaban en bases diferentes.

Desde el punto de vista político, ¿cuál es el nuevo rol que adquiere el poder legislativo?

En los dos casos aparece la idea de soberanía popular (a partir de la crisis de legitimidad del régimen monárquico por Derecho Divino) que se expresa a través del cuerpo Legislativo. Sin embargo, en Inglaterra con la monarquía mixta, y en parte por eso recibe ese nombre, la facultad legislativa es compartida. En Francia, con la República, la facultad del poder Ejecutivo queda marcadamente subordinada al Legislativo.









Notas:




(1)Se lo llama así en función de que desde este momento es innegable su participación activa en la vida política inglesa. Aclaro también que éste esta compuesto por la Cámara de Lores y la de los Comunes. De todos modos cuando me refiero al Parlamento de aquí en más y a sus reclamos, hago alusión al sector de los Comunes. No se pueden pensar como bloques ambas cámaras, pero sí está claro que quienes encabezan el proceso revolucionario son en su mayoría miembros de la Cámara de los Comunes.

(2)Sector que, por el carácter posterior de sus reclamos de igualdad política, será desplazado por el grupo de Cromwell

(3)Walzer, Michael. La revolución de los santos. Estudio sobre los orígenes de la política radical, Buenos Aires, Katz, 2008 (1695), Pág. 330

(4)Aquí no hablo en un sentido lineal y marxista entendido como una contradicción creciente con la aristocracia: más bien de la acumulación de tensiones dentro del propio bloque dominante.

(5)Furet, Francois. El catecismo revolucionario, en Pensar la Revolución Francesa, Barcelona, Petrel, 1980 (1978), Pág. 142.

jueves, 2 de julio de 2009

Los pecados de Haití

La democracia haitiana nació hace un ratito. En su breve tiempo de vida, esta criatura hambrienta y enferma no ha recibido más que bofetadas. Estaba recién nacida, en los días de fiesta de 1991, cuando fue asesinada por el cuartelazo del general Raoul Cedras. Tres años más tarde, resucitó. Después de haber puesto y sacado a tantos dictadores militares, Estados Unidos sacó y puso al presidente Jean-Bertrand Aristide, que había sido el primer gobernante electo por voto popular en toda la historia de Haití y que había tenido la loca ocurrencia de querer un país menos injusto.


El voto y el veto



Para borrar las huellas de la participación estadounidense en la dictadura carnicera del general Cedras, los infantes de marina se llevaron 160 mil páginas de los archivos secretos. Aristide regresó encadenado. Le dieron permiso para recuperar el gobierno, pero le prohibieron el poder. Su sucesor, René Préval, obtuvo casi el 90 por ciento de los votos, pero más poder que Préval tiene cualquier mandón de cuarta categoría del Fondo Monetario o del Banco Mundial, aunque el pueblo haitiano no lo haya elegido ni con un voto siquiera.

Más que el voto, puede el veto. Veto a las reformas: cada vez que Préval, o alguno de sus ministros, pide créditos internacionales para dar pan a los hambrientos, letras a los analfabetos o tierra a los campesinos, no recibe respuesta, o le contestan ordenándole:

-Recite la lección. Y como el gobierno haitiano no termina de aprender que hay que desmantelar los pocos servicios públicos que quedan, últimos pobres amparos para uno de los pueblos más desamparados del mundo, los profesores dan por perdido el examen.
La coartada demográfica

A fines del año pasado cuatro diputados alemanes visitaron Haití. No bien llegaron, la miseria del pueblo les golpeó los ojos. Entonces el embajador de Alemania les explicó, en Port-au-Prince, cuál es el problema:

-Este es un país superpoblado -dijo-. La mujer haitiana siempre quiere, y el hombre haitiano siempre puede.

Y se rió. Los diputados callaron. Esa noche, uno de ellos, Winfried Wolf, consultó las cifras. Y comprobó que Haití es, con El Salvador, el país más superpoblado de las Américas, pero está tan superpoblado como Alemania: tiene casi la misma cantidad de habitantes por quilómetro cuadrado.

En sus días en Haití, el diputado Wolf no sólo fue golpeado por la miseria: también fue deslumbrado por la capacidad de belleza de los pintores populares. Y llegó a la conclusión de que Haití está superpoblado... de artistas.

En realidad, la coartada demográfica es más o menos reciente. Hasta hace algunos años, las potencias occidentales hablaban más claro.




La tradición racista




Estados Unidos invadió Haití en 1915 y gobernó el país hasta 1934. Se retiró cuando logró sus dos objetivos: cobrar las deudas del City Bank y derogar el artículo constitucional que prohibía vender plantaciones a los extranjeros. Entonces Robert Lansing, secretario de Estado, justificó la larga y feroz ocupación militar explicando que la raza negra es incapaz de gobernarse a sí misma, que tiene "una tendencia inherente a la vida salvaje y una incapacidad física de civilización". Uno de los responsables de la invasión, William Philips, había incubado tiempo antes la sagaz idea: "Este es un pueblo inferior, incapaz de conservar la civilización que habían dejado los franceses".

Haití había sido la perla de la corona, la colonia más rica de Francia: una gran plantación de azúcar, con mano de obra esclava. En El espíritu de las leyes, Montesquieu lo había explicado sin pelos en la lengua: "El azúcar sería demasiado caro si no trabajaran los esclavos en su producción. Dichos esclavos son negros desde los pies hasta la cabeza y tienen la nariz tan aplastada que es casi imposible tenerles lástima. Resulta impensable que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y sobre todo un alma buena, en un cuerpo enteramente negro".

En cambio, Dios había puesto un látigo en la mano del mayoral. Los esclavos no se distinguían por su voluntad de trabajo. Los negros eran esclavos por naturaleza y vagos también por naturaleza, y la naturaleza, cómplice del orden social, era obra de Dios: el esclavo debía servir al amo y el amo debía castigar al esclavo, que no mostraba el menor entusiasmo a la hora de cumplir con el designio divino. Karl von Linneo, contemporáneo de Montesquieu, había retratado al negro con precisión científica: "Vagabundo, perezoso, negligente, indolente y de costumbres disolutas". Más generosamente, otro contemporáneo, David Hume, había comprobado que el negro "puede desarrollar ciertas habilidades humanas, como el loro que habla algunas palabras".




La humillación imperdonable




En 1803 los negros de Haití propinaron tremenda paliza a las tropas de Napoleón Bonaparte, y Europa no perdonó jamás esta humillación infligida a la raza blanca. Haití fue el primer país libre de las Américas. Estados Unidos había conquistado antes su independencia, pero tenía medio millón de esclavos trabajando en las plantaciones de algodón y de tabaco. Jefferson, que era dueño de esclavos, decía que todos los hombres son iguales, pero también decía que los negros han sido, son y serán inferiores.

La bandera de los libres se alzó sobre las ruinas. La tierra haitiana había sido devastada por el monocultivo del azúcar y arrasada por las calamidades de la guerra contra Francia, y una tercera parte de la población había caído en el combate. Entonces empezó el bloqueo. La nación recién nacida fue condenada a la soledad. Nadie le compraba, nadie le vendía, nadie la reconocía.



El delito de la dignidad



Ni siquiera Simón Bolívar, que tan valiente supo ser, tuvo el coraje de firmar el reconocimiento diplomático del país negro. Bolívar había podido reiniciar su lucha por la independencia americana, cuando ya España lo había derrotado, gracias al apoyo de Haití. El gobierno haitiano le había entregado siete naves y muchas armas y soldados, con la única condición de que Bolívar liberara a los esclavos, una idea que al Libertador no se le había ocurrido. Bolívar cumplió con este compromiso, pero después de su victoria, cuando ya gobernaba la Gran Colombia, dio la espalda al país que lo había salvado. Y cuando convocó a las naciones americanas a la reunión de Panamá, no invitó a Haití pero invitó a Inglaterra.

Estados Unidos reconoció a Haití recién sesenta años después del fin de la guerra de independencia, mientras Etienne Serres, un genio francés de la anatomía, descubría en París que los negros son primitivos porque tienen poca distancia entre el ombligo y el pene. Para entonces, Haití ya estaba en manos de carniceras dictaduras militares, que destinaban los famélicos recursos del país al pago de la deuda francesa: Europa había impuesto a Haití la obligación de pagar a Francia una indemnización gigantesca, a modo de perdón por haber cometido el delito de la dignidad.

La historia del acoso contra Haití, que en nuestros días tiene dimensiones de tragedia, es también una historia del racismo en la civilización occidental.






Eduardo Galeano






Tomado de:


Brecha 556, Montevideo, 26 de julio de 1996.

miércoles, 1 de julio de 2009

La conquista de América



Propongo aquí un recortado análisis en el comprometido y complejo proceso que es la conquista de América (o El descubrimiento del nuevo mundo, según se mire) que sin dudas ha marcado un antes y un después en la historia humana y ha dado el paso, de acuerdo con la historia “universal” (1) a una nueva Era.
Para entender un poco más el por qué de la expansión mercantil interoceánica europea que dio lugar a dicho proceso, es preciso analizar algunos factores endógenos básicos del feudalismo dominante en el viejo continente y luego ver la situación española y americana en contexto y sus consecuencias.


El feudalismo europeo es un sistema basado en la propiedad de la tierra (con una fuerte alianza entre el poder Real, la iglesia y la nobleza terrateniente) en función de la extracción del excedente campesino a través de la renta feudal(2), que cuenta con un fuerte poder jurisdiccional(3), de privilegio, de status social. En este sentido, presenta un problema básico que tiene que ver con el escaso estímulo del campesino para trabajar la tierra, dada la coacción extra-económica que sobre él se impone(4). Esto produjo fuertes problemas de productividad (sumados a la mentalidad poco ambiciosa de los señores), donde el único modo de extraer más ganancias es aumentando los impuestos, generando mayor presión en los campesinos, cada vez más insatisfechos, generando un círculo difícil de resolver. A esto además se suma que hablamos de estados dinásticos, no nacionales centralizados(5) con guerras permanentes, lo cual obligaba a una mayor presión fiscal, agravando el círculo mencionado anteriormente. A estos factores se suman: problemas climáticos, las pestes, las enfermedades (famosas debido a la gran peste que mató casi el 60% de la población europea – lo que se conoce como crisis del siglo XIV), los problemas demográficos, la falta de alimentos, la falta de circulante (la conquista de América será la principal fuente de monetarización en Europa occidental), etc. Es en este contexto básico que se da entonces, desde Europa, un intento de expansión dado por necesidades concretas(6). Expansión que va a dar lugar al principio de la formación de una economía mundial, con un centro claro de expansión en la Europa Occidental hacia zonas “periféricas”, como América, África, la India y Oriente(7).

En España, que en menos de una generación pasa a ser centro del mundo, se puede observar un naciente imperio enorme sobre la base de diferentes reinos que se genera tras la “Reconquista”(8) con la toma de Granada en 1492 y con la unión dinástica de los reinos de Castilla y Aragón. Con los Reyes Católicos (Fernando e Isabel), se construye un fuerte régimen político con centro en Castilla, a través de alianzas de clase similares a las mencionadas anteriormente, y con un fuerte carácter político-religioso (la Inquisición – creada en 1498 - es un fuerte síntoma de esto) en base a la cristiandad y al catolicismo, que tuvieron un rol clave en la “unión” político-cultural española de la época. Los Reyes Católicos, de hecho, se presentaron como los restauradores de “los grandes imperios Visigodos”, con lo cual venían a recuperar ese “pasado glorioso”, común a todos los reinos (9). En base a esta fortificación es que el imperio español avanza a las tierras del nuevo mundo, que da lugar a la primera expansión interoceánica en la historia, a la formación de una economía mundial que supedita económicamente las zonas conquistadas en base a una fuerte colonización que cambió la historia de ambas regiones en los siglos siguientes.

El resto del proceso es bastante conocido. Sin embargo, considero válido mencionar algunos elementos que tienen que ver con la dinámica y las contradicciones del mismo.
Conviene distinguir las ideas contemporáneas de los diferentes hombres que tienen lugar en la historia, de las construcciones ideológicas posteriores que sobre eso se hacen. Vale marcar, entonces: cuando se habla de un ‘descubrimiento’ y de la superioridad tecnológica de los europeos, hay que tener en claro que son construcciones: así como no hubo un solo cristiano antes de Cristo, tampoco hubo teoría de la colonización antes de la misma. De esto se desprende que, si bien los conquistadores tienen sus acciones más que reprochables, hay que relativizar su papel en la conquista. Es más que probable que ellos no se presumieran “superiores” a las sociedades indígenas, sino que más bien se vieran temerosas ante ellas, sea por el motivo que sea. Los que sí consideraron la superioridad de una cultura sobre otra fueron los teóricos que intentaron justificar el mayor genocidio de la historia humana (30.000.000 de muertos aproximadamente) en base a una superioridad que no era tal (hablar de tecnología europea en el siglo XV es absolutamente absurdo)(10). En la colonización africana el proceso es similar.

Existen sin embargo otros elementos interesantes a analizar: a diferencia de África (donde el lapso desde el 1er contacto hasta una relación de dependencia colonial entre unos y otros es de tres siglos), el proceso de conquista en América fue extraordinariamente veloz. Podríamos pensar entonces que los teóricos sí tenían razón: la superioridad europea en tecnología marcó el rápido dominio en la zona. Esto supone pensar que un grupo de conquistadores (grande, pero en número, bastante reducido respecto a la población que encontraron) se pudo imponer su religión, su lengua, sus costumbres aniquilando a una región entera a través de la fuerza física y derrotar a una fuerza que numéricamente era enésimamente superior. No sé a los demás. Esto no cierra. Matizando también el “jardín del Edén” que la historiografía latinoamericana a veces supone de estas tierras, las sociedades locales contaban con fuertes disidencias internas, que los conquistadores aprovecharon de una manera invalorablemente (para ellos, claro está) eficaz: esta alianza entre élites locales y conquistadores es lo que permitió un dominio tan rápido. Cuesta pensar en una tesis más razonable. Desde ya que esto no justifica ni avala la feroz matanza e imposición que realmente existió, pero sí nos da un mayor margen de comprensión sobre las formas y las dinámicas que la dominación colonial presentó.

La historia que le sigue es bastante conocida: una subordinación colonial de tipo mercantil a los centros europeos, exportando oro, plata y esclavos, con un régimen de explotación extrema(11), como la mita, la encomienda y el trabajo en Potosí, provocando fuertes trabas a América en su desarrollo capitalista durante los siguientes siglos, en base al marcado régimen feudal latifundista y la dependencia.








NOTAS:


(1) La historia que conocemos como Universal está notablemente marcada por acontecimientos que, en todo caso, son “universalmente” válidos para la historia europea: las sociedades antiguas (como las egipcias, que a pesar de ser sociedades africanas, en la historia parecen ser una extensión mediterránea de Europa y su contexto), luego un paso a Grecia y Roma, su caída; luego la Edad Media, cuyo fin lo marca el proceso en cuestión; la Edad Moderna, que culmina con las revoluciones burguesas del siglo XIX: todos acontecimientos vinculados a la historia europea.

(2) Es una explicación esquemática básica. La extracción del excedente se da a través de diversos mecanismos (que presentan variaciones tanto en el tiempo como en el espacio de que se trate), entre ellos: el cobro del diezmo por parte de la iglesia; los monopolios del señor feudal (comerciales, propietarios, sobre la caza y la pesca en el territorio, etc) y el tributo impuesto por el propio Estado, entre otros. La alianza al interior de la clase dominante eximía a la nobleza y al clero del pago de estos.

(3) El sistema de propiedad de tierra es complejo. El señor feudal poseía un territorio, con título (lo que se llama señorío dominical) pero también tenía derechos y potestades sobre tierras que no poseía: a estas se las llama señorío jurisdiccional. En parte de este territorio, el señor concedía las tierras en enfiteusis (algo parecido a un alquiler) y el campesino las trabajaba de por vida.

(4) El tipo de coacción tiene que ver precisamente con la forma en que los sectores dominantes de una sociedad extraen excedentes (ganancias) de aquellos sectores que dominan. En el capitalismo, la coacción es económica porque el trabajador solo puede venderse como mano de obra para trabajar. En el feudalismo, el campesino sí posee medios propios – en las condiciones marcadas en el apartado 3 – de trabajo, con lo cual la forma de extracción de su excedente tiene que ser necesariamente por fuera de eso: extraeconómica, dada por factores simbólicos, religiosos, políticos, de privilegios, etc.


(5) Es decir, que tiene un orden de sucesión por dinastía debido a su régimen monárquico, que se constituyen sobre la base de diferentes reinos (el caso español es más que paradigmático – se explica más adelante), en un contexto donde el poder está basado en la propiedad territorial.

(6) Con esto trato de mostrar cierto grado “lógico” que tuvo esta expansión imperial, como respuesta a una problemática aguda, cíclica y sin resolución. Tengamos en cuenta también que emprender semejante empresa con los escasos medios de comunicación y de todo tipo en la época, hacen pensar que las necesidades debían ser bien grandes.

(7) El comercio con Oriente data de siglos bastantes anteriores (Ver “El mundo en 1400”, Eric Wolf en “Europa y la gente sin historia”) lo cual da cuenta de un movimiento comercial desarrollado previo a esta expansión. De todos modos no es relevante ahora.

(8) Este término ha dado lugar a enormes debates historiográficos, intentando relativizar el punto de este término, que se supone da cuenta de una conquista de algo que antes era propio; mientras algunos lo dan como válido, otros suponen que se trata de una construcción histórica en función de legitimar el nuevo régimen político castellano-céntrico instaurado por los Reyes Católicos, intentando desplazar cualquier elemento no católico en su historia, algo con lo que estoy sumamente de acuerdo. No se puede ser inmune a ocho siglos de dominio musulmán ni a la invasión romana en siglos anteriores.
(9) La unión es claramente una construcción política: precisamente por ser una unión dinástica con una gran heterogeneidad entre los reinos, fue necesario un fuerte programa político-religioso que legitime este nuevo régimen, es decir, se presentó una imagen del “ser español”, de “la España” que tuvo fuerte aceptación social, lo cual le dio legitimidad y apoyo. Esto no quiere decir que esa unión en la práctica sea realmente así.
De hecho, cuando Carlos I abdica, abdica reino por reino, lo cual muestra claramente que tal unión era ficticia (en el sentido señalado anteriormente). Unión que, claro está, es política y cultural, no geográfica.
Esto no es una falencia “española”: al contrario, es un enorme mérito por parte de los sectores dominantes en la construcción de una unión que, por ser estados dinásticos, resultaba muy difícil de lograr.
Pero esto tampoco quita los problemas posteriores que traerá esto, llevando a una fuerte decadencia a este imperio en los siglos siguientes, con fuertes frentes de guerra para sostener una “grandeza” que no se está en condiciones sostener, con disidencias internas muy fuertes en el campesinado y en los sectores urbanos (como la revuelta de los Comuneros de Castilla en 1520), la no inversión productiva de las riquezas acumuladas, etc.

(10) Conviene destacar también que para el siglo XVIII, el 90% de la población española era rural y más del 70% analfabeta.

(11) Es muy interesante ver como algunos de estos métodos, como la mita, fueron también utilizados por los españoles contra los musulmanes, es decir, hay una reproducción en la conquista americana de la “reconquista” musulmana, lo que enfatiza la idea de no penetración de elementos musulmanes en la España católica del siglo XV.
Ver “La sombra del Islam en la conquista de América”, de Hernán Taboada